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La Soledad

Ciento ochenta y nueve veces al año, a las ocho cuarenta AM, el dormitorio de Camilo se inunda de los
gritos de un par de decenas de chicos saliendo al primer recreo de la mañana en la escuela que da
contra su ventana. 209 días (22 hábiles x nueve meses y medio, de marzo a mediados de diciembre)
menos 10 de vacaciones de invierno menos otros 10 feriados, a razón de más o menos uno por mes.


En las raras ocasiones en que recibe visitas, lejos de reconocer el desacierto evidente de su elección
inmobiliaria, Camilo argumenta que la escuela, en realidad, “es una bendición”, ya que si bien hay
mañanas ruidosas, el enorme predio del colegio lo libera de potenciales vecinos durante la noche,
los fines de semana y las vacaciones, cuando él realmente disfruta de su segundo piso contrafrente,
que mantiene abarrotado de libros, vinilos y cuadros, todo en ese estilo insulso de fines del Siglo XX.
Abundando en detalles irrelevantes para sus a esta altura, incómodos y sorprendidos visitantes,
Camilo agrega que prefiere empezar el dia que con los chicos corriendo y jugando en el patio, en
lugar de con un frío pitido de despertador.


Pero Camilo no está siendo sincero ya que todas las noches programa para despertarse al DSP que
utilizó la noche anterior y que generalmente yace desnuda e inerte a su lado.
La industria de los acompañantes sexuales robóticos  (DSP - Droid Sexual Partners) dio el salto a la
masividad en algún momento de la década del 30. Varias son las razones del fenómeno. En primer
lugar, los nuevos materiales bio-sustentados: compuestos orgánicos sintetizados con polímeros que
otorgan durabilidad y estabilidad, pero conservando sus propiedades naturales. Es decir, un
compuesto capaz de pasar por piel humana, que no se degrada, pero cultivado a escala industrial.
En segundo lugar, los avances en inteligencia artificial, algoritmos de autoaprendizaje y de
reconocimiento lingüístico, que habilitan al androide a mantener una comunicación razonablemente
fluida con un humano. A partir de la tercera generación de DSP (2027) se refinan funciones de
detección y adaptación de las preferencias sexuales de los usuarios en detalles desconocidos,
inclusive, para ellos mismos. Resulta así que, contrariamente a las previsiones de los tecnólogos,
la industria de DSP es la que mejor aprovecha las sucesivas olas de innovación, desplazando a otras
industrias multimillonarias como la pornografia y, en buena medida, la prostitución. Los diferentes
modelos de DSP vienen provistos de la genitalidad que ordene lx usuarix. Puros femeninos, puros
masculinos, versiones trans (apariencia femenina y genitalidad masculina) y viceversa, e inclusive
opciones con ambas genitalidades.


El primer DSP que compró Camilo fue una Dutch Wife Premium modelo 2026, japonesa, equipada
con 2 procesadores cuánticos y un pack tradicional (vaginal-anal-oral) en modalidad pasiva genérica.
Camilo venía de una ruptura bastante dolorosa. A sus 32 años, y tras casi tres años de relación con
Isabella, había creído que estaba en el momento justo para dar el gran paso. Sus negocios
inmobiliarios parecían estar a punto de florecer. A partir del vuelco digital del Catolicismo (Concilio
de Miami - 2025), la reconversión de Iglesias abandonadas se estaba convirtiendo en un formidable
negocio de Real-State en el que Camilo se posicionaba rápidamente. Las perspectivas no podían ser
más prometedoras. Así se lo hizo saber a Isabella durante unas cortas vacaciones en uno de los
lujosos resorts surgidos tras la ocupación rusa de la Guayana Venezolana en 2024. Pero
lamentablemente su relación estaba ya condenada desde el momento en que Isabella había abrazado
la causa feminista y se disponía a instalarse en una comunidad femenina, de esas que brotaron como
hongos a partir del ciclo de Revoluciones Feministas de 2026. De este modo los sueños familiares de
Camilo se estrellaron contra la dura realidad de un mundo sin mujeres. O al menos, sin mujeres que
quisieran ser la mujer de él. Despechado, no espero a regresar a Buenos Aires. Esa misma noche
encargó su primer DSP a imagen y semejanza de Isabella: piernas largas terminadas en dedos finos
como de mano, pechos pequeños y en punta, voz como de contralto (dicen que solo el 2% de las
mujeres accede a este registro). El resultado, aun con sus imperfecciones, resultó satisfactorio para
Camilo, hasta el punto que continuaría adquiriendo DSPs a lo largo de los años, hasta con fanatismo, por momentos.


Los múltiples fracasos amorosos de Camilo podrían caracterizarse, básicamente, como fallas de
coordinación. Es decir, a veces él quería a la otra persona mucho más de lo que lo querían a él
-relaciones de Tipo I- . En otras ocasiones era Camilo quien no estaba realmente enamorado
-relaciones de Tipo 2-. De hecho, en general Camilo creía estar en un Tipo 2, para anoticiarse en el
momento en que lo dejaban, que era la víctima en un Tipo 1. En el amor, Camilo era uno de esos
bifes de chorizo que los turistas buscan apenas llegan a Buenos Aires. De entrada seduce con la
promesa de un placer salvaje, pero bocado tras bocado se revela su falta de variedad, de matices,
de sutilezas, y termina cansando. Como casi todos sus amigos nacidos con el milenio, Camilo piensa
que amar menos de lo que se lo ama a uno, es una especie de ventaja, de un poder que reside en
ser deseado y no desear. Y si bien la seducción se compone de algunas reglas prácticas para las
que Camilo no es un negado (lo que hay que mostrar, lo que hay que ocultar, lo que hay que mentir),
no es menos cierto que ellas conocen las reglas y juegan el juego con una frialdad, que Camilo, a fin
de cuentas, les envidia.


Los primeros pasos en la adicción de Camilo al sexo tecnológico fueron el consuelo de fantasías
burdas y simplonas que el éxito de sus negocios religioso-inmobiliarios le permitía satisfacer, bajo la
forma de voluptuosos remedos de porno-star, copias de modelos de moda o de actrices del último
megaéxito de Bollywood. Como era de esperarse, el canon de silicona y colágeno le resultó, a fin de
cuentas, vacío hasta la impotencia. Ese sex appeal estandarizado y producido en serie le resultó
rápidamente insuficiente. En definitiva, descubrió, la belleza humana es singularidad y ésta, a su vez,
radica en la imperfección, la falta de simetría, en el error.


Los gustos cada vez más personales, y los recursos cada vez más amplios de Camilo lo fueron
alejando del mainstream de la industria de los acompañantes sexuales robóticos, para aprovisionarse
de modelos con un mayor grado de personalización, en proveedores más exclusivos. A esta época
se corresponde la fase en que Camilo estuvo enfocado en figuras del deporte, mayoritariamente
femeninas, aunque a esta altura ya había comenzado a explorar la homosexualidad, si es que así
puede llamarse al sexo con un droide dotado de la misma genitalidad que uno. Y decíamos, dentro
del mundo del deporte femenino, Camilo tenía una especial fascinación por las jugadoras de volley
. “El volley es el deporte de las mujeres más sexys”- sostenía ante quien quisiera participar de tan
absurda conversación. Llegó a tener DSPs de cinco de las seis integrantes del equipo cubano que
participó (medalla de Plata) en las olimpiadas de Nairobi 2036.


El vicio de Camilo por el tabaco (una de sus tantas obsesiones con el Siglo XX, junto con el Punk
Rock y las películas de Adam Sandler) fue lo que de manera inesperada lo indujo a dar un paso más,
a fn de cuentas, el definitivo, en el camino de su obsesión con los DSP y el sexo tecnologico. Resultó
que una noche, producto seguramente de una colilla mal apagada, sufrió un principio de incendio en
su cama, sin mayores consecuencias más allá de una quemadura profunda en el lado izquierdo del
DSP que venía usando esa noche, inspirada en una longilínea tenista de Europa oriental. Ese rostro
chamuscado y con un ojo estallado le produjo la erección más potente que, sin ayuda farmacológica,
había experimentado en años.


De allí un nuevo capítulo en su obsesión dio comienzo. Productores de DSP de tercera línea, que por
unos dólares adicionales estaban dispuestos a saltarse condicionamientos de tanto de tipo legal
(derechos de imagen) como, especialmente, de tipo moral: droides compuestos mujer/animal, figuras
mutiladas, obesidad mórbida, ancianos, niños. Oscuros talleres clandestinos en los suburbios,
solitarios nerds adictos a drogas sintéticas que responden a los pedidos que las grandes firmas
multinacionales de DSP no se atreven a satisfacer.


Así fue como apareció, por recomendación de un del párroco de una iglesia transformada en gimnasio
en Wilde, en el taller de Cecila Hernandez (Sesilia Ernandes si utilizamos la ortografía resultante del
Decreto de Simplificación del Idioma de 2028). El taller de CS, obviamente clandestino, funcionaba
en un viejo edificio abandonado de la zona de Puerto Madero, uno de los pocos que aún quedaba en
pie tras la crecida del Río de la Plata a comienzos de los años veinte, la cual obligó a las familias más
acaudaladas a abandonar la ciudad hacia la zona Oeste (Moreno/Morón). La mayoría de los
productores clandestinos de DSPs eran desarrolladores expulsados del sistema a partir de los
decretos de nacionalización de la industria del software (polémica decisión implementada como
respuesta al mega hackeo bancario que condujo a la gran depresión del 33). Cecilia, por el contrario
era fundamentalmente una artista, un genio dotado de un talento tan excepcional como inusual.
El talento de Cecilia era la fealdad. La fealdad que surgía de sus geniales manos de artesano
rivalizaban con las más reconocidas obras de arte. De haber vivido en su momento habría sido
capaz de crear un David, feo, y aun así un David que rivalizara en belleza con el original.


Si algún improbable investigador policial intentara reconstruir los últimos meses de la vida de Camilo,
seguramente fijaría un punto de inicio en aquella tarde fría de Agosto de 2035, aunque nosotros
sabemos que el descenso de Camilo se había iniciado años antes. Casi no noche Camilo ingresó al
edificio abandonado donde Cecilia tenía su taller. Con gran desconfianza hacia la banda de
inmigrantes salvadoreños que ocupaba la esquina, encadenó su electro-bicicleta en un poste.
Cecila lo recibió en una oficina sucia y le ofreció café en un vaso de telgopor que probablemente ya
había sido usado antes. Todo en ella hablaba de rasgos que se ocultan, de contradicciones
permanentes. Inusualmente alta, seguramente de casi dos metros, pero se mostraba encorvada y
rara vez se ponía de pie. Su mirada era poderosa y penetrante, aunque rara vez soportaba
establecer contacto visual directo, y de hecho la mirada de su interlocutor a los ojos la ponía
rápidamente a la defensiva. Las formas extremadamente delgadas de su cuerpo se ocultaban detrás de una cantidad indefinida de capas, camisetas, camisas, sweaters, buzos y finalmente un guardapolvo gris, totalmente de otra época.


El primer DSP que construyó para Camilo representaba una mujer negra de largas piernas de
músculos marcados (diríamos “el” fetiche de Camilo), caderas anchas y pechos pequeños, casi como
de adolescente, que bajaban hacia un vientre plano, pero no duro o marcado, sino apenas flácido,
casi como ofreciendo una blanda calidez sobre la que recostar la cabeza y entregarse al sueño.
El sexo, por debajo, cubierto por un fino vello negro de un brillo rabioso imposible de encontrar en
seres humanos reales- Decidieron llamarla Kitty. Y sin embargo, la genialidad de las manos de Cecilia
había logrado producir un rostro de una expresividad macabra. Aun con grandes ojos oscuros y
brillantes, labios carnosos y pómulos marcados, era imposible mirar a Kitty y no sentirse capturado
por una sensación incómoda, incierta, difícil de definir, como de que algo terrible estaba por suceder.  
Kitty era una maquina genial, capaz de llevar al hombre más allá de umbrales de placer desconocidos
con solo algunos movimientos cuidadosamente programados en los músculos pélvicos, así como de
inducir angustia, parálisis y terror.
 
Lo primero que hizo Camilo la mañana siguiente de haber experimentado el placer que Kitty estaba
en condiciones de proveerle, fue deshacerse de todas sus DSP anteriores (Isabella, las cubanas del
equipo olímpico, clones de modelos y actrices varias, un negro sin una pierna, alguna novia de la
adolescencia, etc, etc). Como en el amor, Camilo había descubierto que, después de Kitty, ya las
demás carecían del más mínimo atractivo para él.


Pero la mirada de Kitty escondía propósitos más oscuros y como los que Camilo pudo leer en sus
ojos de vidrio la madrugada en que su DSP preferida le clavó el cuchillo de cocina en el cuello.

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